Por: Joserra Ortiz
A partir de que tenemos memoria escrita, Aristóteles fue el primero en apuntar que la imaginación es una de las múltiples formas del conocimiento. Hay muchas otras, por ejemplo, el estudio, la memorización, la copia, la experiencia o la experimentación. Sin embargo, la imaginación se distingue de las anteriores, porque es el motor de la creatividad; es decir, el poder imaginar permite al ser humano pensar, concebir y hacer cosas nuevas, ya sean tangibles o no. Igualmente, es la imaginación lo que nos da oportunidad de entender lo que sucede a nuestro alrededor.
Todas las personas imaginamos todo el tiempo, de otra forma no podríamos suceder ni hacer en el mundo. A pesar de esto, generalmente pensamos en la imaginación como herramienta exclusiva de los creadores artísticos.
De esa manera, concluimos que solo imagina quien pinta, quien esculpe, quien escribe, quien realiza una película, quien hace música o quien toma una fotografía. Sin embargo, es por el poder de la imaginación que hacemos asociaciones de entre toda la información que perciben nuestros sentidos: armonizamos sentimientos, colores, formas, olores, sentidos, concepciones y utilidades para entender la vida y fabricar cosas que nos permitan sobrevivir, vivir mejor y solucionar los problemas a los que nos enfrentamos.
El que tiene hambre, por ejemplo, imagina que la unión de determinados ingredientes producirá un platillo que saciará el apetito, además de causar placer sensorial e incluso alegría. Ante la falta de cobijo, alguien imaginó la construcción de una casa y, de paso, la solución de otras necesidades que ni siquiera se pensaban en primer lugar, como el baño, el espacio para la recreación y el lugar específico para realizar las comidas.
La imaginación es, por este tipo de razones, una herramienta prodigiosa y lo que verdaderamente nos diferencia de las otras especies animales que cohabitan el mundo con nosotros. En este sentido, es a partir de ella que hemos podido evolucionar creativamente hasta ser el complejo multicultural que hoy domina el mundo.
Un acto de la imaginación tiene repercusiones inmediatas y ocasiona una reacción en cadena de creatividad sin límites, porque una idea lleva a otra, y esa a una más. De vez en cuando pienso en el primer hombre o la primera mujer que imaginó una cueva en función de su capacidad de resguardo, y cómo esto dio pie al siguiente miembro del clan para procurar el fuego, y a alguien más para cocinar la carne, y luego a otro u otra que pensó en cómo cultivar granos, para que después alguien más concibiera la molienda y posteriormente el horneado del pan, para que finalmente, otra persona, con su apetito saciado, recogiera los colores derramados por sus actividades diarias y pintara en la paredes de la cueva el misterio de la caza de un bisonte y la constancia de su existencia como especie, resumida en una sencilla mano manchada de pintura dejada para siempre en los bordes de una roca.
La imaginación comienza en la percepción: es un proceso inmediato que pasa del seleccionar y juntar, al interpretar y experimentar hechos, pensamientos, emociones y sentimientos. De hecho, me atrevo a pensar que la imaginación es una respuesta consecuente al percibir, pues una vez asimilado lo que la vida nos ofrece en un momento, la mente comienza a operar creativamente para darle o asignarle un sentido.
Es así como también he llegado a la conclusión de que la imaginación, aunque innata, se puede entrenar y fortalecer a partir de la práctica continua. Veo con un poco de lástima a muchas personas que todos los días, viven sin usar su imaginación más allá de lo mínimamente necesario. Una manera de mejorar la imaginación es creando diariamente una red compleja y variada de formas de ver el mundo y atender las necesidades inmediatas.
De entre los conocimientos que poseemos como humanidad, el más inmediato para conseguir lo que he dicho, es a través de la lectura y escritura de textos literarios. Vivimos en una sociedad que se comunica de manera textual: leemos y escribimos todo el tiempo, ya sean mensajes de texto, emails, diarios de noticias o listas del mandado, pero no suficientemente obras de literatura.
Los libros de ficción, cualquiera que sea su género o su forma, nos posibilitan ver mundos nuevos o, cuando menos, diferentes al que habitamos individualmente. Son una puerta a muchísimas experiencias que, de otra forma desconoceríamos; además, plantean razonamientos sobre los grandes temas que nos hacen humanos y para los que la ciencia no tiene respuesta, por ejemplo, qué es la muerte, qué es el amor, cómo se vive el amor, de qué manera nos entregamos a una empresa imposible, cuánto duele crecer y muchas otras enseñanzas que luego nos permiten imaginarnos en el mundo de una manera más compleja y vital.
La escritura es un producto de la imaginación, pero la lectura es uno de la convicción. A nadie se le puede obligar a ser lector, pero la invitación no está demás. Es por eso que aquí dejo esta breve reflexión para vivir mejor a través de la imaginación: lee, date la oportunidad de vivir muchas otras vidas que de otra manera no harías tuya ni podrías concebir.
Conviértete en el protagonista de todas esas aventuras que tu vida rutinaria no te permite: salva princesas, mata dragones, surca los mares, súbete a trenes, vuélvete miembro de clanes y familias de países lejanos, conquista la luna, recoge del suelo los colores de la vida diaria y deja tu mano pintada en el borde de esta roca que llamamos Tierra, y de paso imagínala mejor de lo que es ahora. Chance y pega que a partir de tu imaginación las cosas comiencen a cambiar y los problemas a solucionarse.